El Sol ha entrado en Leo y el Cielo adquiere tonalidades diferentes. Doradas quizás, porque el arquetipo del Leo tiene la tarea, fácilmente incomprensible, de llevar al mundo el esplendor de la Luz del Sol, la estrella que le hace de Maestro. El Sol brilla en el centro del Sistema Solar y así la conciencia en la estación de Leo necesita aprender que la luz está dentro, que le pertenece por derecho y que es sólo cuestión de dejarla salir al descubierto, más allá de los vetos, de los temores y de las incertidumbres saboteantes que cada uno de nosotros lleva consigo.
Pareciera una tarea evolutiva más alegre y fácil que la de otros signos, pero la verdad es que marca un momento dificilísimo en el viaje de regreso a Casa. Es el momento en que las dualidades deben ser superadas, el momento de la conciencia del poder del Corazón como centro energético fundamental del ser humano. Es el momento en que Yin y Yang, ventrículo izquierdo y ventrículo derecho, capacidad acogedora/receptiva y activa/autoafirmativa deben encontrar el camino de la síntesis y del equilibrio.
El símbolo astrológico del Sol es un círculo con un punto dentro y esotéricomente el círculo simboliza el Espíritu, la potencia altísima de la Unidad, el primer contacto con la experiencia totalizante del Uno.
Leo, por lo tanto, marca un momento de cambio para el Alma, el salto de una cerca existencial que necesita de un especial valor. Hace falta gran fuerza interior para reconocer a Dios en su interior y para permitirle expresarse sin caer en la auto censura o, por el contrario, en la vanagloria más desenfrenada. Se trata de comprender la esencia más verdadera de nuestra naturaleza, comprender la grandiosidad del proyecto Divino para cada uno de nosotros, donde complejos o ilusiones se convierten en enemigos a vencer para lograr rugir de alguna manera.
En la actualidad, nuestro código moral interior se cuestiona porque necesita una revisión profunda. ¿Qué pensamos que éramos hasta ahora? ¿Qué hemos sido? ¿Qué nos hemos dicho para evitar salir del armario? ¿Y brillar por lo que realmente sabemos hacer?
No hay almas serie A, capaces de cubrirse de gloria y éxito, y almas serie B destinadas a la masa de los invisibles, con vidas anónimas confinadas en cada rincón del globo terrestre. La mediocridad no es un atributo del Alma. El Alma tiene el aliento inmenso de lo eterno y la capacidad de asumir riesgos desconsiderados porque conoce perfectamente la propia inmortalidad y, por tanto, concibe toda experiencia como expansión. Cuando una existencia se arrastra a través de la monotonía gris significa que algo de nuestra máquina biológica, algo de nuestros planos inferiores no está trabajando como debería.
Cuando falta el impulso, la energía y la alegría a menudo se camina en una curva kármica. Es como desprenderse de la mano de nuestro Yo Superior o principio Anímico para tomar el camino deseado de nuestros vehículos inferiores: mente, cuerpo y plano emocional fuera de control.
En el mito, aquellos que rechazan dones divinos o atenciones de los Dioses reciben duros castigos. En la metáfora el don o el amor de un divino representa el abrazo con los planos superiores, con la deidad que si se rechaza obliga a vivir en la materia durante milenios. Apolo, por ejemplo, divinidad solar, hijo legítimo de Zeus, hijo amado en el que el Rey de los Dioses se refleja orgulloso, maravilloso en su fulgor físico hasta el punto de ser definido con el apelativo de magnífico, tan hermoso como para tener que apartar los ojos de los mortales comunes, es, paradójicamente, objeto de los más graves rechazos.
Lo rechaza Cassandra mortal princesa de Troya, lo rechaza también Dafne, ninfa Náyade. El mito cuenta que Dafne, huyendo del cortejo de Apolo prefirió ser convertida en una planta de laurel que aceptar entregarse a él.
¿Por qué la luz da tanto miedo? ¿Cómo es posible que ninfas y humanos se sustraigan a la posesión divina prefiriendo maldiciones o vida vegetal en lugar de entregarse? El mito representa los movimientos humanos. La luz para ser acogida pide una muerte. Figurada o simbólica. Dafne no puede aceptar la muerte de la niña para dejar el lugar a la mujer. Cuando esta muerte aparente es rechazada por miedo, por incapacidad de mirar más allá o por adhesión incondicional a lo que uno es, rigidez precisamente, el riesgo es el de tener que perderlo todo. Incluso la forma humana.
A Dafne le faltó el valor de la propia luz. La capacidad de ver las atenciones de Dios por lo que representaban: la posibilidad de un paso existencial. La posibilidad de ser elevada al rango de divinidad. No es diferente de lo que sucede cada día en nuestras vidas.
A menudo es la valentía que nos falta. Esa calidad cardíaca. Del Corazón. La valentía de la autenticidad de nuestro pensamiento, la valentía de lo que amamos y que quizás puede ser causa de incomprensiones en el ambiente en que vivimos. La valentía de vivir a nuestra manera, de vivir como el corazón quiere.
¿Dónde nos estancamos? ¿Dónde nos comportamos como Dafne que prefiere convertirse en un árbol que vivir? ¿Dónde necesitamos desarrollar el fuego sagrado de la valentía? Será un mes en el que el Cielo lo exigirá de cada rincón de nuestra existencia. Mucha de la evolución ya no es reprogramable. Abraza el esplendor de Apolo. Es sólo Luz. Es sólo Amor.
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