Venus lleva la imagen inconfundible de su belleza. La armonía Venusiana se refleja en el calor del sol, en el perfume intenso de las rosas, de los prados inundados de verde y de lo exuberante. Afrodita la bella, Afrodita la portadora de armonía es también Afrodita que elige a Ares como amante, que quiere en su cama el enemigo jurado de esa armonía de la que se hace portadora.
Pero ahora está en Escorpio, en el reino negro del más allá, donde el hombre se disgrega y se convierte en espíritu, donde la materia no puede entrar porque es el reino de los muertos.
El control se convierte en el terreno común de Venus y de Hades.
Afrodita derrite sus vestiduras y su maravilloso perfume y reduce a los dioses y mortales a la esclavitud adorativa. A través de los sentidos los controla. Los hace esclavos de su cuerpo perfecto y perfecto para el placer.
Hades acoge las almas, se apropia de su bagaje experiencial, los confina en su reino exterminado y se sienta en su trono para saber que ese reino aumenta con cada alma que atraviesa.
Hades, como Venus, ejerce poder y controla.
Pero el control es ilusión, es una deformación del Ego. Se controla lo que se teme y el miedo es siempre negación del Amor y, por tanto, de lo Divino.
Tanto el miedo a perder la estabilidad, como el miedo a dar voz a impulsos y deseos mantenidos reprimidos durante demasiado tiempo.
Todo sufrirá el desbordamiento.
Contra el agua no se combate.
Lo saben bien los marineros que durante las tormentas apagan los motores y se dejan llevar a la deriva.
Receptores. Sensibles.
Sintiéndolo todo.
Porque viene para transformarnos, masticar nuestro mundo para escupirlo hacia fuera en una octava más alta.
Más expandido.
Más consciente.
Transformado en éxtasis.
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