Marte y Venus están unidos en Acuario.
Y la energía de deseo y acción se impregna de libertad.
La metáfora de este arquetipo es desvelada por el mito de Prometeo.
Prometeo es un titán, de por sí ya tendría estima y consideración por parte de los Dioses y, sin embargo, decide ayudar a la humanidad simplemente porque los hombres son sus amigos.
La hace grande. Roba el fuego de Hefesto y lo regala a los mortales, hurta a Atenea inteligencia y memoria para que se puedan defender y sobrevivir. Es totalmente desdeñoso de los riesgos que corre porque ha superado definitivamente el ego. Prometeo hace todo lo que hace porque le gusta dar alegría y bienestar a criaturas que considera sus amigos aunque frágiles y pequeñas. No le preocupa el castigo de Zeus que se abatirá sobre su cabeza, ya está fuera del miedo.
De ese miedo contrario del Amor que se convierte en obstáculo para la acogida del otro. Prometeo es capaz de decirse a sí mismo que el YO no es tan importante. Su valor se ilumina por su generosidad.
Y, por tanto, Acuario, gobernado por Urano, es el signo en el que se descubre el valor de compartir, de la amistad, de la fraternidad. Y es también el arquetipo de la verdadera libertad. Sólo quien ya no considera esa importancia personal, está libre de sus cadenas. Libre de las opiniones de la gente, libre de los juicios internos, libre de los condicionamientos sociales.
El riesgo que se corre en este arquetipo, sin embargo, considerando la octava baja del mismo, es que esa libertad interior Acuariana se transforme en un deseo excesivo de desprendimiento, en una torre de marfil que termina por alejarnos de los demás y hacernos insensibles porque estamos demasiado lejos, desconectados del corazón de los demás y del propio.
Querido Acuario, eres muy valioso para este mundo, pero no te vayas.
Quédate con nosotros aunque pertenezcas a ese cielo superior y no te sientas de este mundo.
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