Marte está en Aries, su signo. Quirón y Lilith están allí y son indicadores de ese dolor que está en la base de nuestra encarnación en el mundo material. Entramos en la rueda del karma, una y otra vez impulsados por la necesidad de llevar a curación determinadas áreas de nuestra conciencia. Decidimos tomar un cuerpo y encontrarnos en este planeta porque queremos cerrar cuentas abiertas desde hace milenios, es decir, comprender que los esquemas más dolorosos en la base de nuestra vida obedecen a proyecciones contadas por nuestra mente. Ilusiones, películas, cuentos que el plan mental nos pone delante hasta el momento en que uno tiene la fuerza de operar un desconexión de lo que está viviendo para mirarlo desde lejos y darse cuenta de que sólo estamos interpretando nuestra versión de la historia.
Quirón, Lilith y Marte unidos en Aries, una zona de dolor y esperanza. Aries es la tierra ardiente de Marte, el lugar de los comienzos y de los equilibrios que se rompen, porque cada nueva página en nuestra existencia implica el tener que cerrar la anterior, significa fractura con el pasado. Así pues, tanto Quirón como Lilith están señalando la necesidad colectiva de abrir un nuevo capítulo existencial y también el miedo que de él se deriva. Si Quirón nos pone delante de lo que nos hiere, Lilith completa el cuadro con lo que recibe nuestro rechazo más profundo, en el cielo actual se trata de la misma cosa. Lo que nos asusta es también lo que rechazamos más profundamente, es decir, la capacidad de interrumpir un ciclo para traer a la existencia otra cosa, la capacidad de morir para nacer más fuertes.
¿Qué dificultad encontramos aún con la idea de permitir disgregaciones en nuestras vidas? ¿Y cuánto sufrimiento nos ha causado en el pasado permanecer pegados a una idea de nosotros mismos para evitar su disolución?
A menudo pintamos cuadros de lo que debería ser nuestra vida ….como si fuéramos ciegos y sordos, completamente borrachos por el flujo de nuestro pensamiento que está hecho de mañana y de ayer, muy poco del hoy.
Aries es el arquetipo en el que la conciencia experimenta la fractura de la dualidad y el descenso al mundo de la materia. Es allí donde la conciencia comienza su viaje fuera del Uno.
Ares, en el mito, primer hijo de la pareja real de los Dioses, es el fruto de la dolorosa fractura que Hera experimenta en su matrimonio con Zeus. Había una idea que la reina había alimentado antes de esa boda y por ello había decidido aceptar el velo nupcial después de largas vacilaciones. No se fiaba de Zeus, del ardor con el que la había cortejado …estaba llena de dudas y el sí final lo expresó basado en la proyección de una pareja feliz, que sin embargo se desmoronó casi inmediatamente.
El apetito sexual y apasionado del joven Zeus fue voraz desde el principio. Metió tantas amantes en tan poco tiempo en su cama que Hera pronto tuvo que aprender a recoger fragmentos de sus sueños como si fueran astillas sin saber cómo volver a juntarlos. Y su manera de mantenerse entera fue odiar. Y de su odio nació Ares, un hijo alimentado de resentimiento y dolor, que se convirtió en la materialización de su deseo de venganza. Según parte del mito, Ares fue concebido por Hera gracias a un hechizo o a una poción mágica. Ella deseaba un aliado cercano, alguien que estuviera únicamente de su lado, en el mundo inhóspito y humillante que se había convertido en poco tiempo su matrimonio.
En la parábola conyugal de Hera se ve entonces una dinámica humana entre las más peligrosas: la proyección. Cuando cargamos situaciones, personas, circunstancias de imágenes preconcebidas interiormente no nos comportamos diferente de Hera que se casa con Zeus guiado por la imagen que un matrimonio debe ser. No somos diferentes de Hera que ignora el instinto, la parte más sabia de sí misma, la que le reveló lo arrogante que era ese joven. No estamos lejos de caer, como Hera, en la trampa del “debe ser” a expensas de “lo que es”.
Entonces Quirón, Lilith y Marte tienen la sabiduría silenciosa de recordarnos porque estamos pasando por todo lo que ahora forma parte de nuestras vidas. Un mundo ha caído y está siendo devuelto por etapas y diferente de cómo era. Las proyecciones, los planos, los dibujos que habíamos alimentado con la mente ahora caen o tienen que realizar grandes esfuerzos para mantenerse en pie. Lo que se nos pide es ser plásticos, encontrar nuevos cursos y nuevos modos expresivos para poder seguir adelante, como si fuéramos agua y no roca.
Como si todos fuéramos Hera que decide no tramar odio y venganza debido a su sueño roto, sino pasar página renunciando al “debe ser” a favor de “lo que es”. ¿Dónde siguen existiendo en nuestras vidas los “debe ser”? Les deseo de todo corazón que los vean y los dejen convertirse en pedazos de conciencia. Porque cuando nos rendimos a lo que es, no hay razón para concebir a los Ares sedientos de sangre. Y si Ares nunca ha sido muy amado por los Dioses, mucho menos lo es por los mortales. Seamos lo que somos.
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