La Luna Llena del mes saca a flote una de las heridas internas más complejas con las que confrontarse: la de la no existencia. Lo que exagera nuestra sensación de vulnerabilidad. Enciende un faro sobre nuestro derecho a existir, a poder crearnos un lugar digno y decente en el gran teatro de la encarnación en el que estamos inmersos. Puede despertar el miedo ancestral, animal, ligado a la integridad física. Cómo puede entregarnos la sensación de caminar en un lugar hostil, donde se puede ser cazado, donde nuestra presencia no es deseada, ni siquiera tolerada.
Puede dejarnos claro que transitamos por una vía demasiado alejada o lejana de lo que somos, que pone en peligro nuestra identidad. Un camino distante de ese Yo soy que es la base de todo despertar interior. Aries, signo del Plenilunio, encarna a nivel ideal nuestras inquietudes identitarias. Abraza las cuestiones relacionadas con la red de compromisos y esquemas adaptativos, y nuestra capacidad de cortar, dividir, destruir, luchar para ser coherentes con lo que somos. Para no traicionarnos con nuestras propias manos.
La tracción dibujada con Venus en el arquetipo opuesto de Libra, subraya que todo lo que hasta ahora ha sido fruto de un acuerdo diplomático con el exterior, de una vida tranquila, de un contentamiento funcional para salir adelante, está destinado a ser arrollado y lo será por la Luna llena, que se asemeja a un río de verdad, áspera y poco educada quizás, pero salvadora.
En el mito, Dionisio es hijo de la mortal Semel y de Zeus en persona. En sí concentra la Divinidad más alta del panteón helénico. Hace temer a su propio padre divino por su destino, ya que Hera, esposa legítima del Rey de los Divinos, sigue las huellas del enésimo hijo ilegítimo del cónyuge, para aniquilarlo como siempre trata de hacer con todos los frutos de sus traiciones. Pero Zeus tiene un ojo para Dioniso que con otros hijos extraconyugales no muestra. Lo recoge del cuerpo moribundo de su madre, asesinada por Hera, lo inserta en su muslo, termina la gestación prematuramente interrumpida para evitar que muera y luego, una vez nacido, trata de disfrazarlo por consejo de Hermes, señor de la astucia.
El pequeño semidiós crece en ropa de mujer, pero Hera logra encontrarlo y provoca incluso la completa locura de su nodriza, que llega a un paso del asesinato del inconsciente infante. Y Zeus tiene que intervenir y trasladarlo lejos del suelo griego. A una tierra llamada Nisa, en la que se confía al cuidado de ninfas locales y su camuflaje esta vez, es de un cabrito.
De nuevo el compromiso con la fuerza destructiva de Hera y sus celos locos impone al semidiós la negación de la propia identidad. Obligándolo a retroceder al mundo animal, a vestir el cuerpo de una bestia para poder reclamar un tímido derecho a la existencia, negado desde el principio.
El mito representa de modo simbólico y magistral cómo la cuestión ligada al Yo Soy y a su afirmación necesita una guerra cruenta. De un enfrentamiento. De golpes ineludibles.
El monstruo debe ser afrontado.
El derecho a la existencia debe ser conquistado arriesgando perderse por el camino.
Y el duelo ocurre. A pesar de las ansiedades de Zeus. A pesar de los compromisos y las astucias ideadas por Hermes.
Casi convertido en un hombre, Dionisio es atrapado sin posibilidad de defensa. La locura lo alcanza como si siempre hubiera sabido dónde encontrarlo y solo hubiera esperado el tiempo justo para sorprenderlo. Dionisio pierde completamente la luz de la razón. Se hace responsable de acciones atroces y sin sentido, errando entre Egipto y Siria. Sembrando el pánico y la sangre. Y en su locura está perfectamente representado el enfrentamiento con Hera, el enfrentamiento vehemente con su poder, la resistencia de Dionisio y su aparente derrota.
Sin embargo, justo cuando todo parece perdido, termina por encontrarse con Cibeles, la Diosa de las diosas. Arquetipo de la Madre en persona. Aquella de la que el Olimpo entero surgió en un tiempo ya inmemorial. Y Cibeles cura la locura de Dionisio. Única en el mundo que puede hacerlo.
Lo devuelve a sí mismo.
A su identidad intacta, completamente limpia de los venenos de Hera.
Por tanto, de la confrontación y de la pérdida brota la verdadera naturaleza del hijo de Zeus, que se descubre para tal fin, divino y nuevo, trascendiendo la vulnerabilidad del linaje materno. Humano y falible.
Entonces el mito advierte que sin batalla no es posible la identidad.
Y que no existe la identidad en ausencia de lucha.
Y este Plenilunio apremiante pregunta:
¿cuáles son los camuflajes que estamos adoptando con la esperanza de evadir confrontaciones dolorosas?
¿Dónde nos escondemos del monstruo?
¿Cuáles son los arreglos que hemos aceptado para no arriesgarnos a perdernos, de afrontar la oscuridad de la ira de Hera?
¿Y quién es nuestra Hera personal?
¿A quién y qué nos estamos sustrayendo?
¿En qué parte de nuestra vida necesitamos detenernos y entregarnos de una vez?
Aunque se caiga el cielo… sin más excusas ni pretextos?
Aries es el territorio astrológico de la honestidad brutal y sin velos.
Primero en la Rueda del Zodiaco, Aries no conoce artificios, mentiras y superestructuras.
Por eso la Luna Llena a la que nos disponemos hará saltar lo que nos impide ser honestos. Brutalmente si es necesario.
Por eso hará limpieza de lazos y ataduras.
De máscaras y formas que no nos pertenecen desde hace tiempo revelándonos por lo que somos, nos guste o no.
Preséntate a Hera.
Deja que te encuentre.
Entrégate.
Enfréntate a su veneno.
De ello depende tu integridad.
Es salvo solo quien es entero.
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