El Sol entró hace unos días en Piscis, último signo en la rueda del zodiaco. Se trata del lugar donde el Alma ha vivido todas sus etapas: primero el descenso en la materia, el enraizamiento en ella, luego el redescubrimiento del propio Ser espiritual y finalmente la fusión con el Uno.
Piscis son el arquetipo del regreso a la casa del Padre. Son uno ninguno y cien mil precisamente porque ya han sido todo y todos. Por lo tanto, en ellos, si viven en la octava más alta, fluye la energía sagrada del Gran Amor Crístico, de ese amor sin posesión que se basa en la superación de la división.
En Piscis la división yo/tú está completamente superada. No necesita poseer a quien ama porque es capaz de convertirse en el objeto de su amor y de vivir sus mismas emociones y temáticas. Sabe que es todo y todos y sabe ponerse en los zapatos de todos. Siente profundamente y desarrolla la empatía Divina por la creación. ¡Imagínense el don precioso de las personas que pertenecen a este maravilloso y altísimo estado de conciencia! Pueden representar la verdadera luz del mundo.
El vulnus de este arquetipo sin embargo reside precisamente en la capacidad de fusión que lo caracteriza. El requisito previo para realizar una verdadera comunión empática con quienes nos rodean solo puede ser el haber comprendido la propia identidad y luego haber realizado que esta identidad coincide perfectamente con lo que está fuera, con las otras conciencias, con el universo. Si esta realización no ocurre, si no se descubre el propio Ser en el camino evolutivo que se nos ha dado cumplir, existe el riesgo de desarrollar la necesidad del otro y ya no la fusión amorosa con el otro. Este es el riesgo contenido en la octava menos redimida de este maravilloso arquetipo. La necesidad en lugar del Amor.
El mito nos ilumina. Eros y Psique es un hermoso cuento arquetípico. Psique, bellísima chica, tan hermosa que es apodada Afrodita, enfurece a la verdadera Diosa del Amor y de la belleza que no quiere compararse con una simple mortal. Afrodita llama a su hijo Eros y lo envía a castigar a la insolente chica que le quita el foco de atención. Obviamente, Eros se enamora de inmediato porque Psique es realmente una criatura maravillosa. Luego, en silencio, la encierra en su palacio, bien cuidado que la divina madre no se entere, y por la noche se une apasionadamente a su bella amante, imponiéndole un vendaje para no ser reconocido. Los dos se fusionan y experimentan pasiones que los pobres nunca conoceremos. Hasta que Psique, instigada por las hermanas envidiosas, decide tomar una lámpara y esperar que su desconocido amante se quede dormido para averiguar quién es. El destino quiso que el aceite hirviendo cayera sobre Eros despertándolo y condenando a los dos amantes a la separación. Psique quedó devastada. Tan destruida por la falta de amante que intenta suicidarse varias veces. Vive la necesidad, la dependencia afectiva. Sin embargo, siempre se ve impedida en sus propósitos autodestructivos por intervenciones divinas de todo tipo que la quieren viva. Entonces obtiene la compasión de Afrodita, que se apiada de su sufrimiento. Se le ofrece la oportunidad de volver a ver a su hijo Eros solo después de pasar por terribles pruebas, incluyendo un buen paseo por el Hades para recuperar un fluido mágico de belleza, ya que la divina Afrodita necesita un pequeño retoque. Psique, indomable, se lanza a cada desafío y siempre obtiene la ayuda valiosa de algún dios que la alienta. Al final, el mismo Zeus, movido por la compasión por su gran devoción al amado, le permite casarse con Eros. Se produce entonces la fusión. Esta vez es real. Real. A la luz del sol. En la primera fase de la historia Psique se unía a Eros (que simbólicamente representa el Amor Divino, nuestra Alma o Ser superior) sin conciencia de lo que sucedía, con los ojos vendados, completamente inconsciente y dependiente del amado. En la segunda fase del mito, en cambio, las pruebas duras templaron su espíritu, refuerzan su identidad, la ponen ante lo que es capaz de realizar por sí misma, sin tomar el cómodo atajo del suicidio/huida. Solo al final de esta larga y penosa toma de conciencia que pasa también por los territorios oscuros del Hades, Psique está lista para las verdaderas bodas con su Divino Amor.
Así es para todos nosotros.
No hay Amor si no hay conciencia, no hay amor si no hay superación de la dualidad.
No hay superación de la dualidad si no aceptamos los desafíos y los infiernos personales que la vida nos presenta cada día.
Querido Piscis, no te pierdas en tu deseo de escapar, siempre tan latente, no te dejes atrapar por el esquema de la necesidad.
Existe en tí más que en nadie ese amor puro, la intuición de lo Divino, de la Unidad, que puedes abrazar y llevar directamente al mundo al que, a pesar de todo, perteneces.
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